Demasiada luz ¿aquí nunca es de noche? Del coma, acabas de salir del coma, tranquilo, me repiten una y otra vez y siempre es como la primera, piensan que eso explica algo. Ahí está mi madre, ¿quién va con ella? No me suena de nada esa mujer, qué guapa. Quiero levantarme de esta cama, abrazar a mi madre, algo me lo impide, no tengo tanta fuerza, me duermo...
- Recibió un golpe tremendo en la cabeza, que lo metió en coma instantáneamente. Es demasiado pronto para determinar cuáles van a ser los problemas, parece que físicamente está bastante bien, mueve las cuatro extremidades, ya controla esfínteres, puede andar. Es normal que ahora esté desorientado y que no recuerde quién ha estado de visita, o lo que ha desayunado. Poco a poco se irá centrando.
- Ya sé que estoy en una planta de hospital, todavía me lío un poco con las fechas, pero mira qué calendario me han hecho. Estoy recuperándome, ayer fui capaz de leer diez minutos seguidos, parece una tontería. Me preocupa que Clara nunca venga a visitarme, a mi madre le pregunto por ella y contesta con evasivas. Y no entiendo por qué viene todos los días esa mujer, Carmen, ya me he aprendido su nombre. Me trata con mucho cariño, incluso me besa en la boca y quiere meterse en mi cama. ¿Tú sabes algo?
- Lo que le pasa es normal en estos casos. La amnesia retrógrada, lo que ha olvidado desde el accidente hacia atrás, ocupa un tiempo variable. En el caso de su marido ahora es cercana a un año; tiende a estrecharse con el tiempo, pero no se lo puedo asegurar. ¿Ha habido algún cambio importante en su vida en los últimos meses?
- Hoy le dan de alta, nos vamos a casa. Me preocupa un poco que no reconozca sus cosas por eso que el médico llama amnesia retrógrada, todo es muy nuevo. Fue a la vuelta de la luna de miel cuando pasó. Mi marido recién estrenado, qué mala suerte. Un amor a primera vista, de los que no hay, acababa de romper con su novia de toda la vida cuando nos conocimos. Hasta mi familia pensó que la boda era un tanto precipitada, pero nos veían tan felices... Y casi se va todo a la mierda por un niñato que se saltó un stop.
- Doctor, me preocupa mucho mi hijo. Desde que le dieron de alta va de mal en peor. No duerme, no come, permanece horas sentado sin hacer nada. Me llama continuamente, diciendo cosas muy raras. Repite sin cesar que está condenado, condenado a amar a una extraña.
(Basado en hechos reales)
41 comentarios:
Como suele ocurrir (no es la primera vez que me veo a mí mismo haciendo apuntes semejantes), demasiado explícito.
En los relatos tan cortos hay que confiar más en el lector. No se tiene por qué hacer un informe. El párrafo que "desvela el misterio", con lo de la boda express y todo eso es anticlimático, se carga la emoción que aporta el punto de vista desolado del paciente, que sólo percibe lo "uncanny" de sus sensaciones.
Es irrelevante que sea verdad que su mujer es "nueva" y él sólo se acuerda de la antigua. Bien pudieran haber sido ambas la misma, bien podría ocurrir que la supuesta lesión cerebral únicamente liberara cosas que estaban en su interior o le hicieran confundirse con sus propias fantasías. A lo mejor su mujer lo es de toda la vida, pero él se acuerda de una chica de la que estuvo enamorado en la adolescencia y no llegó siquiera a tocar.
Hay múltiples formas de resolver el tema y es mejor dejarlo en la ambigüedad, en el misterio (por mucho que se traicione en mayor medida el "basado en hechos reales"), para que así no se agoten las resonancias y el cuento siga cociéndose en la cabeza del lector.
Los minirrelatos (éste se pasa de "micro", pero no llega a relato) tienen sus limitaciones, y por eso mismo hay que extraer de ellas sus virtudes. Deben ser como un tiro, directos, sin concesiones. El monólogo interior del paciente es aquí la mejor arma, combinado con frases de simple situación (ésas sí, completamente asépticas). La polifonía por la que has optado es excesiva para un espacio tan corto, creo. Se convierte en guirigay.
Interesante experimento, en todo caso. Besos,
V.
Más posibilidades.
(Satírica) La mujer ha muerto en el accidente, y la otra es una lagarta que, conchabada con la familia, intenta echarle un lazo.
El sexo del enfermo puede dejarse sin definir, si uno cuida de no usar con él desinencias masculinas. El sexo del supuesto "cónyuge" puede quedar también indefinido. El texto gana en ambigüedad y por ello en riqueza.
En general, es preciso dar un giro más radical al final de un cuento tan corto. Hay poco espacio y hay que cargar de electricidad rápidamente para producir una descarga que deje resonando la psique del lector.
Todo esto, por supuesto, dicho con el ánimo más colaborador posible, y perfectamente ignorable.
Besos.
Ah, y es preciso dejar a un lado el prurito científico si se escribe ficción. En el mundo real siempre hay una causa racional (aunque, como bien sabemos los científicos, "explicar" sea a menudo "cambiar el nombre"), en el relato eso es irrelevante. Si se mantiene la ambigüedad del relato una no-resolución no implica apuntar a una resolución basada en lo sobrenatural, que suele ser mortalmente aburrida. La suspensión de la incredulidad hay que ganársela a pulso: uno puede proponerle al lector un par de cosas inverosímiles para crear un marco de referencia nuevo, en el cual, entonces hay que ser verosímil (si no, es un coñazo). En un relato como el tuyo, en el que optas por describir un trastorno mental y las situaciones que origina lo de menos es lo que "realmente" ocurrió, porque el énfasis hay que ponerlo en cómo lo vive el paciente, que se siente amenazado justamente por la normalidad de su situación, una vida conyugal con una persona que se comporta de manera completamente esperable con él (besándole, mimándole), mientras él no la recuerda. Es esa normalidad la que lo mata.
Buena metáfora del matrimonio, ahora que me doy cuenta. Los subtextos (especialmente los involuntarios) son lo mejor de estos experimentos, ¿no?
Besos.
En la primera "versión" que hice del relato, quedaba prácticamente todo abierto; al releerlo me pareció confuso, me pasa a veces, no sé si un posible lector podría sacar la idea que yo tengo en mi cabeza y me pierdo en explicaciones. Será que a mí no me gustan los textos con enigma ;-)
Lo del prurito científico, estoy en ello, pero me cuesta "ir contra la Ley", por mucha ficción que sea.
Y el subtexto no es tan involuntario, ten en cuenta lo que opino yo del matrimonio, que me he jurado nunca más firmar ese desagradable papel.
Besos
Bueno, tú misma lo afirmas: no confías en el lector. Mucho más importante que "transmitir con rigor" lo que está en tu cabeza (es irrelevante lo que esté en tu cabeza) es producir sensaciones o reflexiones en él, incluso las contrarias de las previstas por ti inicialmente. El lector es al menos tan inteligente como nosotros, y, si no lo es, no merece la pena como lector: si hay que explicar mucho las cosas todo pierde la gracia.
Eso y lo de no poder ir "en contra de la ley" indica que te acercas a la literatura de un modo demasiado rígido, que aspiras a un control excesivo. Deberías liberarte más en ese sentido.
La voluntariedad de un subtexto siempre es relativa. Ya te he comentado en otras ocasiones que el principal valor de un texto literario radica en su capacidad para sorprender, no ya a sus lectores, sino (sobre todo) a su propio autor. La metáfora que te ha regalado tu relato es potente: la sensación de extrañeza que se tiene cuando en una relación de larga duración se produce una fractura como equivalente al desasosiego de un amnésico que se siente amenazado precisamente por el amor y la entrega de la mujer que no consigue reconocer como propia. Ya digo, potente imagen, seguramente lo suficientemente involuntaria como para que te produzca un cierto escalofrío el hallazgo (si no, ¿para qué escribir?).
Besos.
Lo dejaremos en medianamente involuntaria ;-)
Sí, soy bastante rígida para según qué cosas y más controladora todavía, y el esfuerzo por dejarme llevar supone controlar la ausencia de descontrol, paradoja en la que me he metido muchas veces, y que al final se convierte en otra forma más de controlar.
En fin, me iré aplicando.
Beso
Bueno, no es obligatorio escribir, recuérdalo siempre.
Besos.
Pero pertenece al selecto grupo de las cosas que me gustan y no son obligatorias.
Si te supone tal esfuerzo por controlar el mensaje, luego controlar que no controlas demasiado el mensaje, luego controlar el descontrol para que no se descontrole demasiado... ¿en dónde radica el placer? ¿Has probado a retorcerte los dedos de la mano o comer cristales? :-)
Besos.
El control lo llevo de serie, no me supone ningún esfuerzo. Con pararme en el primer paso, suficiente.
El placer es el de jugar con las palabras y con la imaginación (y si me descuido algo -generalmente más con poemas- el de dejarme llevar)
Beso
Por una de esas interesantes interferencias del multitasking, esta conversación, cruzada con las reseñas de la época sobre "Dr Mabuse, der Spieler", en un librito francés muy interesante sobre Fritz Lang, me han traído una reflexión de gran calado. Lo que nos fascina en los "supercriminales" cinematográficos, saga que inaugura Mabuse y en la que podemos encontrar, de pleno derecho, a un Hannibal Lecter, por ejemplo (así como a unos cuantos vampiros de impecable elegancia) es justamente su capacidad de control, su eficiencia, su precisión. No importa que encarnen el mal, que utilicen sus increíbles recursos, su inteligencia superior para provocar el dolor en las personas comunes: nos fascinan porque están al mando, porque desprecian a los ineficientes, sentimentales seres humanos. El bien no es lo suficientemente atractivo si lleva la ropa arrugada, se pone a temblar ante el peligro, siente escrúpulos ante las situaciones poco comunes o es compasivo con los débiles. De ahí, claro, la irredenta admiración por los líderes de masas, de ahí el apoyo popular a todos los fascismos. ("El testamento del Dr Mabuse" emplea consignas nacionalsocialistas puestas en boca del maestro criminal en su obra póstuma.)
La necesidad de control tiene consecuencias terroríficas, y es algo que no se ha puesto de manifiesto lo suficiente, porque la disciplina goza de muy buena prensa y porque el condicionamiento educativo, sobre todo femenino, en ese sentido es brutal. Sin embargo, la vida es desorden, descontrol, ineficiencia, variedad y colorido.
Conviene recordárselo a uno bien a menudo: los sistemas infalibles de archivado de documentos siempre incluyen la carpeta de "otros" como una indeseable concesión a la realidad de las cosas. Los edificios que construyen los pensadores reñidos con la carnalidad son, por definición inhabitables. En las cajas sólo se entra si uno se mutila los miembros que no caben en ella. Las trampas del orden nos acechan por doquier, hay que ser diestro para lidiar con ellas.
Besos.
Ayer tiré finalmente de DVD y estuve viendo "La naranja mecánica". Lo que más me llamó la atención del principio fue la coreografía de las peleas, cómo los golpes estaban medidos y perfectamente ordenados, sin improvisación. Los malos chapuceros no fascinan, ciertamente.
Pero mi control es de andar por casa ¿eh? ;-)
Ya sabes que lo único que nos salva es la chapuza, la pereza, la inconsistencia. Pero estamos educados en el amor al fascismo y lo que se sale de esa educación nos produce culpabilidad. Es terrible, pero es así.
(No olvides que el final de la peli no coincide con el final del libro de Burgess, que es aún más corrosivo: basta con que los jóvenes se hagan mayores para que abandonen el gusto por la violencia y abracen los adecuados ideales pequeñoburgueses de casa, matrimonio y estabilidad profesional. No hace falta condicionamiento adicional, el que nos inculcan cuando somos infantes -en el sentido de incapaces de articular discursos elaborados- es más que suficiente.)
Besos.
El libro se me atragantó de pequeña y lo dejé tirado (era una traducción); ignoraba que Kubrick se había inventado el final, que sí es demoledor.
Es curioso, yo odiaba las pelis con "final feliz" y prefería los abiertos, ambiguos o los adecuadamente realistas (por ejemplo Leolo), hasta que tuve hijos. Necesité entonces finales recomfortantes, seguros y calentitos. Ahora estoy volviendo a mis orígenes.
Nos salva la chapuza, la pereza, la inconsistencia, la imprevisibilidad... como sigas añadiendo requisitos, cada vez será más difícil salvarnos. ¿O valen de uno en uno?
Besos
Toc toc, se puede?
Me encanta probar, no puedo resistirme, aún a sabiendas que es aquí donde yo no me siento nada cómoda,
probaré!:
Pon música, dijo.
Yo no quería, pero él insistió. No sabía quién era yo, y yo, no pretendía que recordase nada que su mente no quisiera o pudiera.
Puse música mientras se metía en la bañera. Una canción sonó también en su cabeza, la misma que escuchaba al abandonar el coche en llamas aún consciente. Era todo, se miró en el espejo empañado, miró su rostro, ¿Quien era? Su cara arrugada y su cuerpo representaban más de cincuenta años, dónde había ido a parar su vida?
El perro lamió sus piernas mojadas, una extraña sensación, nueva comenzaba a subirle por los muslos, recordaba perfectamente aquella sensación. La llamó a gritos.
Buahhhhh!!!! Siento como un vértigo,
vértigo,
como cuando me subí en un téleférico por primera vez.
Un beso chicos,
ana
Alicia:
Kubrick no se inventó el final, eso está en la novela, lo que hizo fue ignorar el capítulo subsiguiente.
El final feliz es reflejo de tu necesidad de control: una película debe estar "correctamente" terminada. Pero, claro, la vida no son las películas.
Lo que nos salva es siempre lo mismo: la punta de escepticismo o de pereza que nos lleva a no tomarnos en serio nada. La gente que se toma muy en serio las cosas es terrible, para ella y para nosotros.
Ana:
De nuevo, el misterio, inexistente desde el primer párrafo: el relato ya no se puede levantar de ahí. La primera persona de la narración hace que el "enfermo" sea el observado, no el protagonista. Y los detalles irrelevantes lastran el desarrollo.
Besos.
Mi efímera fama literaria estuvo, como es bien sabido, asociada a concursos contrarreloj (y con palabra impuesta) de microrrelatos. Tomaré este juego de igual modo:
"Aunque me hace las curas y me remete las sábanas con entrega silenciosa (y me sonríe y a veces me besa suavecito en los labios) no sé quién es. Repito el nombre que me ha sido indicado y le doy las gracias. A solas, me olvido otra vez y la llamo como debe llamarse: Clara.
Puesto que yo soy mi propio doble, es justo que ella sea su difunta."
La palabra (auto)impuesta es "Clara".
Besos.
Ana, pasa cuando quieras, y cuelga lo que te apetezca. De la crítica ya se ha encargado Viktor ;-) Yo te diría que empezaras el cuento por lo que eliges como final y de ahí, lo que surja. Hace un tiempo empecé un relato con lo que siente alguien que se mira en el espejo y no se reconoce, se recuerda con treinta años menos. Pero me pudo el cientifismo y lo abandoné, porque el único cuadro clínico que hace eso también provoca una incapacidad casi absoluta para recordar cosas nuevas, de modo que la angustia de ¿yo soy ese viejo? sólo le dura un instante. Claro que, mirado de otra forma, también podría ser materia de escritura.
Viktor, lo único que a mí me salva, que es un compendio de todos tus salvadores, es el humor.
Y ¿qué hay de Gil de Biedma y su "que la vida iba en serio"? ;-)
Besos
Gil de Biedma se ocupó muy mucho de combinar el orden de una vida de buena familia y empleo honrado con el desorden amoroso y sexual más desenfrenado. Lo que le aterraba era la vejez, y lo retrató adecuadamente en ese poema, que es uno de los mejores de la segunda mitad del XX (precisamente por su precisión, por su economía verbal). Pero es justamente porque la vida va en serio por la que hay que tomársela a broma. De lo contrario estamos condenados, como mínimo, al aburrimiento.
Besos.
Ah, y es irrelevante si existen patologías registradas en el vademécum para hacer un cuento (de la "mirror agnosia" me ocupé hace unos tiempos, en el marco de mis teladepenelopeicos estudios sobre espejos). ¿Has oído hablar de las metáforas? :-)
(El espejo como reloj y evidencia del paso del tiempo es un tema tan manido en la literatura que quizá no hay que volver más sobre él. Pero, desde luego, si hay que hacerlo, el peor modo de hacerlo es a partir de un informe científico.)
Besos.
Un ejemplo estándar:
Mirror
I am silver and exact. I have no preconceptions.
Whatever I see, I swallow immediately.
Just as it is, unmisted by love or dislike
I am not cruel, only truthful –
The eye of a little god, four-cornered.
Most of the time I meditate on the opposite wall.
It is pink, with speckles. I have looked at it so long
I think it is a part of my heart. But it flickers.
Faces and darkness separate us over and over.
Now I am a lake. A woman bends over me.
Searching my reaches for what she really is.
Then she turns to those liars, the candles or the moon.
I see her back, and reflect it faithfully
She rewards me with tears and an agitation of hands.
I am important to her. She comes and goes.
Each morning it is her face that replaces the darkness.
In me she has drowned a young girl, and in me an old woman
Rises toward her day after day, like a terrible fish.
SYLVIA PLATH
Viktor, no es una "mirror agnosia", sino un Korsakoff de lo que hablaba. Amnesia retrógrada que puede llegar a 30 años o más junto con incapacidad de recordar cosas nuevas. Se angustian (un momento) al mirarse al espejo "¿soy yo ese viejo?"
El poema de Gil de Biedma me encanta y te lo puse para hacer una broma y que tuvieras que juntar "vida" y "serio" en una sola frase sin desdecirte de lo anterior.
Y de tu microrrelato con palabra autoimpuesta, te ahorro el halago y te recuerdo quién tiene el copyright de la idea ;-) (y me pongo a ello)
Besos
La "mirror agnosia" me interesa muchísmo más, especialmente a partir de mis estudios sobre la catoptrofobia de Unamuno. La amnesia retrógrada es también curiosa, pero creo que ya ha sido más tratada ("Memento", ¿no?). En un cuento en el que lo decisivo es el encuentro con un extraño en el espejo la "agnosia especular" es mucho más apropiada, porque justamente combina el "saberse uno mismo" (que se pierde en buena medida con la amnesia retrógrada, al menos los últimos años) con la "unheimlichkeit" de no saber quién es ése que nos mira.
La idea no es tuya. Si te sirve de algo, en mi más tierna adolescencia (bueno, mi adolescencia tampoco fue muy tierna que digamos) ya tenía yo un proyecto de novela que iba exactamente de eso. Estaba todo complicado con una trama policiaca en la que el amnésico se reconocía como asesino, pero sólo porque, gracias a su gran inteligencia, se percataba de detalles que los proverbialmente torpes investigadores pasaban por alto. Acababa generando sus propios falsos recuerdos para mostrarse a sí mismo y a los demás que el autor del crimen era, realmente, él. Pero, claro, había otra mente aún más inteligente (la de su mujer, por ejemplo, no estaba aún decidido) que en realidad le había ido induciendo a esa falsa creencia para ocultar su crimen. En el relato todo comenzaba con una pesadilla con un rostro enmascarado en el que no se podían apreciar facciones. Y existía el desconocimiento del entorno familiar, que se iba paliando pero sólo poco a poco: la sensación de extrañeza, identificada con la máscara, permanecía ahí. Regalo el argumento a la concurrencia para quien lo quiera desarrollar. A mí escribir una novela me da muchísima pereza. :-)
Besos.
La idea puede ser de cualquiera, hoy me tocaba a mí ;-)
Por cierto, en el vademécum nunca se registran patologías, sólo medicamentos (en plan puntilloso...)
Tu novela en ciernes es de las que me gusta leer, no escribir.
Y éste es mi intento, bajo presión de tiempo y con tu propia palabra autoimpuesta:
No tiene razón, señor comisario. A los viejos nos falla la memoria y tenemos que ir tirando con lo que supimos siempre. Que el sol sale por la mañana hasta los días nublados, que aunque el amor no dura la mano que te acaricia sólo puede ser la de ella. No la maté porque iba a robarme, sino porque quiso ser Clara.
Besos
Sé lo del vademécum, pero me encanta la palabra. Lo del manual ése de las enfermedades psiquiátricas de la WHO no me parece igual de bonito (y no me acuerdo del nombre). :-)
Tu microrrelato ha perdido por completo el concepto con el que todo empezó. La identificación de la otra con Clara pierde todo sentido: simplemente el señor está chalado del modo menos interesante posible.
Besos.
Ana, sí que es soso, claro. Pero que la palabra sea "Clara" no implica que en ello radique la esencia del relato. No hay relato, de hecho, no pasa nada en él. Y, paradójicamente (creo que será involuntario, porque si es voluntario, chapeau), sí que has dejado caer una letra: "(h)echo". Interesante acto fallido. :-)
Sobre la "h" ha sido a propósito, el resto del comentario Viktor, no entiendo nada,
ana
Pues si ha sido a propósito, ya te digo, "chapeau". Una letra que cae de cada cinco.
El resto del comentario: no pasa nada en el relato, no es un relato. Con lo de la "h" que falta se convierte en un chiste muy apreciable (lo digo como elogio). La palabra "Clara" se convierte en el motor del supuesto relato y lo único que éste nos transmite es algo muy manido: un señor que no sabe cómo olvidar a su particular obsesión. No aporta nada, es soso.
La palabra autoimpuesta no tiene porque ser el centro del relato ni lo más importante del mismo.
Besos.
Se sobreentendía (aunque ya veo que no) que no sólo había una palabra impuesta, sino también un tema impuesto, que era el original del relato de Alicia (la mujer que resulta desconocida). Si sólo es una palabra es muy fácil.
Tu relato, Ana, funciona de modo burlesco (y de nuevo eso es un elogio): la solemnidad de la declaración se ve contradicha por la falta de ortografía. El contraste entre la grandilocuencia y lo pedestre de la cotidianeidad siempre funciona muy bien.
Besos.
Viktor, lo que estaba en mi cabeza: no está chalado, ella realmente es Clara (amor que deja huella blablabla), y no la reconoce. Lo de robar se lo sugiere el piadoso comisario para intentar explicar por qué un anciano se ha cargado a la nueva residente del geriátrico.
Vademécum será una palabra preciosa pero designa a un tocho inmanejable. Y el "manual" (no es tal, pero bueno) de la OMS se llama CIE o ICD (International Classification of Diseases), nombre totalmente insustancial, al que hay que añadir la edición (ahora, la 10), a la Psiquiatría le toca la sección F.
Ana, me gusta el juego con las letras. Y a mí me cuesta aceptar que en estos "juegos" tenga que pasar algo por narices.
Besos
Sólo si pasa algo es un relato. Si no, es un juego, lícito, por supuesto.
Los tochos, cuanto más inmanejables, mejor, sin duda. En eso radica su interés. Ahora bien, los soportes electrónicos han hecho mucho daño.
Los juegos con las letras pueden resultar perversos, pero suelen revelar demasiado (del que los hace). ;-)
Besos.
Los tochos-libros de lectura me apasionan (mi ex me decía que era para amortizar, por las horas que me duraban); los tochos-libros de consulta me resultan insufribles desde que se popularizaron los soportes electrónicos (y las versiones de bolsillo). Si consigues leerte el vademécum como una novela, te hago un monumento (virtual)
Beso
Bueno lo siento, es cierto, se me había olvidado por completo ese tema, creo que ya está. Pido disculpas.
beso,
ana
No problem.
Conviene recordar siempre que hay un número indeterminado de desconocidos mirando. Uno se anima con la conversación, se relaja y se le olvida. Es peligroso, por supuesto.
Bueno, os dejo, me voy a echar una siesta, que esta noche salgo de procesión ;-)
Pasarlo bien y hasta otra, ha sido un placer leeros,
beso,
ana
Ana, te has cargado tu "juego-no relato". Sin él carecen de sentido algunos comentarios posteriores, pero tú misma.
Anda, V. relájate tú también ;-)
Besos
Bueno, yo sólo he pedido una cosa muy concreta, y que tenía mucho sentido (desde mi punto de vista al menos). No había por qué borrar el relato.
No está bien decirle a uno "relájate". Suena fatal, deberías saberlo, tú más que nadie.
Nos leemos.
¿Suena mal eso de "relájate"? Y yo sin enterarme. Bueno, cámbialo por "respira hondo, y sonríe", si te gusta más.
Beso
Llegué al hospital una mañana y me dijeron que había despertado. Subí rápidamente, me acerqué a su cama, aún estaba durmiendo. Le besé en los labios y abrió los ojos, se asustó. "Tú no eres Clara", me dijo. "Tu tampoco eres Juan, ¿qué importa eso ahora?"
Por entrar en el juego.
Un saludo.
Bienvenido al juego, anónimo de las 17:09. Buen microrrelato, de los que dejan más preguntas que respuestas.
Un beso,
Alicia
Publicar un comentario