sábado, 18 de abril de 2009

Naufragio

Se levantó deprisa, como siempre, y se dispuso a realizar las consoladoras rutinas del día. Hacer la cama para cuando llegara otra vez la noche, desayunar de pie, hacer la comida, un paseo y poner en orden sus dominios. Todo bien. Se sorprendió a media mañana haciendo ejercicios vocales, llevaba mucho tiempo sin practicar. Paradojas de la vida, tantos años aprendiendo a modular su voz, a impostarla y dirigirla hasta la última fila de butacas, para ahora recitar su papel a las palmeras, que seguían dando dátiles aunque su Desdémona no fuera creíble.
Luchando contra el aburrimiento, dirigió su imaginación hacia un futuro cada vez más improbable, en el que la entrevistaban para una de esas publicaciones deliciosamente frívolas (a veces, insoportablemente frívolas) que tanto la perseguían. Contestaría que en los últimos años había aprendido que la ropa sirve para algo más que cubrir la desnudez, que el jabón, efectivamente, destroza la piel, y que la leche de coco es muy nutritiva. Para las revistas más serias reservaba el descubrimiento de que el instinto de supervivencia no se adormece tras décadas de vida acomodada, que su registro dramático había subido varios enteros y que nunca más tendría que impostar la risa. Para sus memorias, quizás, dejaba la pregunta más importante, de por qué se escondió cuando vio llegar la lancha, en el primer día de su llegada a la isla.

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