miércoles, 22 de abril de 2009

De lo que no nombran los nombres

Al principio del siglo que acabó, una niña jugaba a la rayuela llevando en brazos a su hermana de meses. Del 1 al 2, y de ahí al 3, los dos pies en 4 y 5, más atenta a los rudimentos de matemáticas que a la pequeña envuelta en un mantón. Al llegar al salto más difícil, oyó detrás suyo un ruido sordo, no demasiado fuerte. Su hermanita dejó de respirar sobre el 7. La enterraron.

Voló el tiempo como sólo él sabe hacerlo. La niña que fue puso el nombre de la hermana muerta a su segunda hija. Un homenaje. La segunda hija creyó que su madre veía en ella la culpa y por eso no podía quererla.

El tiempo siguió haciendo su trabajo. La segunda hija tuvo también una segunda hija, y le impuso su nombre. Narcisismo. Imposición de voluntad frente a marido y familia política, quienes tenían preparado otro nombre de dos generaciones en caso de que fuera varón, nombre que ella jamás aceptó.
La tercera de la saga recibió estas historias desde niña. Nunca vio sombras de culpa en su abuela ni otra cosa distinta al orgullo en su madre. Y juró que jamás daría su nombre a una hija.

5 comentarios:

Mery Jane dijo...

Bonita historia nuevamente.

theo dijo...

Es una grave decisión poner un nombre. El Génesis cuenta que el mandato divino sobre Adán fue el de 'nombrar' a los seres de la creación, pues ello es el único modo de que algo sea. Mi padre tiene un nombre habitual en su familia, y yo el de mi padre. Si alguna vez tuviera hijos, harto improbable, no se llamará como yo, no tengo tantas aspiraciones dinásticas.

Un buen cuento!

Saludos

Alicia dijo...

Gracias, Mery Jane.

Ay, Theo, tu padre jamás te perdonaría que abandonaras esa terrible costumbre de las dinastías (así que más te vale no tener hijos ;-)). Justamente porque hay que nombrar para que pueda ser, mi planteamiento es que lo que sea, no empiece siendo una copia. Pero miro a mi alrededor y es como si hablara en el desierto. Al menos, mis hijos no repiten ningún nombre.

Besos

Velda Rae dijo...

Es terrible esa costumbre de poner nombres de muertos (no familiares, de antepasados, sin más) sino de alguien que murió prematuramente. Y aún peor que en este relato, como sé de algunos, cuando los padres pierden a un hijo y le imponen su nombre al que nace después. Vivir con esa losa debe ser muy duro.

Alicia dijo...

Si el cuento no es precisamente alegre, Velda, lo que tú planteas da para varias historias de terror. Otra variante, de la que también conozco algunos casos, es cuando el primer hijo tiene un problema grave pero no mortal y los padres se apresuran a tener otro al que imponen la sagrada misión de cuidar del primero cuando "ellos no estén"...

Besos,

Alicia