Se machaba en el gimnasio tres días por semana y cuando lo permitían las reuniones de altísimo nivel a las que solía asistir.
Tenían esa cierta edad incierta en la que los bancos no suelen concederte hipotecas a treinta años.
Volvía al pueblo sólo para las fiestas, a presumir de moto y chavala primero, trabajo, mujer y cochazo después.
Juntaron sus días casi sin pretenderlo, por la fuerza de una costumbre ella, por la pereza de decir que no él. Lo que más les costó fue compartir cama, demasiados años sin rozar otro cuerpo.
Su madre preparaba un gran barreño de limonada y siempre era jornada de puertas abiertas esos días.
Firmaron un contrato “Nunca serás mío” “Nunca serás mía” y lo cumplieron siempre. Se sorprendieron un día, al contar los años que llevaban juntos.
Nunca entendió la mirada de desprecio de su padre cuando le echó de casa. Si sólo se había negado a llevar el barreño a la bodega, que su instructor le decía siempre que coger pesos era muy malo para la espalda.
Antiguos ateos de las parejas, pasaron primero por el agnosticismo y finalmente fueron los más furibundos conversos, de su culto privado.
Volvió a su ciudad sin una mirada atrás. Incluso se sintió aliviado de no tener que repetir rituales que su estatus actual despreciaba.
Al morir uno, el otro descubrió que no era el único que mentía.
Tenían esa cierta edad incierta en la que los bancos no suelen concederte hipotecas a treinta años.
Volvía al pueblo sólo para las fiestas, a presumir de moto y chavala primero, trabajo, mujer y cochazo después.
Juntaron sus días casi sin pretenderlo, por la fuerza de una costumbre ella, por la pereza de decir que no él. Lo que más les costó fue compartir cama, demasiados años sin rozar otro cuerpo.
Su madre preparaba un gran barreño de limonada y siempre era jornada de puertas abiertas esos días.
Firmaron un contrato “Nunca serás mío” “Nunca serás mía” y lo cumplieron siempre. Se sorprendieron un día, al contar los años que llevaban juntos.
Nunca entendió la mirada de desprecio de su padre cuando le echó de casa. Si sólo se había negado a llevar el barreño a la bodega, que su instructor le decía siempre que coger pesos era muy malo para la espalda.
Antiguos ateos de las parejas, pasaron primero por el agnosticismo y finalmente fueron los más furibundos conversos, de su culto privado.
Volvió a su ciudad sin una mirada atrás. Incluso se sintió aliviado de no tener que repetir rituales que su estatus actual despreciaba.
Al morir uno, el otro descubrió que no era el único que mentía.